domingo, 1 de junio de 2008



"Sin aliento"

(VINCENT van Gogh - "The Dance Hall in Arles" - Paris, december 1888)


Sentado a las afueras del Teatro de La Latina, te esperaba, como suele ocurrirme, ("¿dejarás alguna vez de llegar tarde?") con larga media hora para el inicio de la obra por delante. Mataba el tiempo sin quitarle la vista a quienes por allí transitaban. A los pocos minutos, hube de cambiar la rutina de mi ejercicio mata-tiempo debido a la llegada de una pareja de veinteañeras que, sin mayor remilgo, se sentaron a mi vera. Apoyado en un vidrio y con la oreja pegada a su animada charla, conseguí hacer más llevadera la espera. Hablaban sobre dramaturgia. Debatían acerca de ese sempiterno dilema: teatro clásico o teatro moderno. La morena, que defendía con pasión los méritos del clásico, se entusiasmó citando obras y autores, tanto españoles como del resto de Europa. La lista era tan abultada que llegué a marearme. La amiga, una rubia muy oxigenada, intentaba, con poco éxito, defender la otra cara del teatro, la más próxima a la gente normal, según sus palabras. Decía que el teatro continuaba vivo únicamente gracias a lo contemporáneo, a lo moderno; gracias a las historias simples y cercanas a todos; gracias, resumía, a los taquillazos. Como esa obra a estrenar en La Latina y que se disponían a disfrutar en compañía de sus chicos. (Y yo de la tuya, en tanto hicieras el favor de llegar).
La morena acusó el golpe y, de una manera que me pareció muy elegante, (una manera que me hizo sonreír sutil y solidariamente) le rebatió a través de un par de anécdotas con las que quiso dejar muy claras dos cosas: el porqué era una defensora a ultranza del teatro clásico y lo muchísimo que la quería como amiga. La chica resumió dichas anécdotas con una gran dosis de pragmatismo y una pizca de mala leche.
-Mira Pilar.... -le dijo- La primera vez me aseguraste que la obra era graciosísima.... A los 5 minutos no podía con la angustia. Y la segunda –continuó, cogiéndola por el cuello- me juraste que era melancólica y emotiva….
-Lo era…. –arguyó la amiga con tono abatido.
-Y casi me meo de risa.... –la interrumpió la morena- Al punto que por poco me corren.
-Bueno, tía.... -se defendió la rubia platino- Tampoco te pases. Ya verás cómo con la de hoy acertamos un pleno.
La aparición de sus chicos me privó de seguir el desenlace de aquel debate. Debate que las chicas continuaron puestas en pie y casi sin tomar en cuenta a los recién llegados.
-Es que te pasas, Rosario.... -reclamó Pilar- Eres demasiado exigente.
Al cuarteto lo perdí de vista durante unos minutos hasta cuando me paré y los vi, al otro lado del vidrio, ya dentro del recinto. El histrionismo de ambas y las caras de circunstancia de los muchachos me hizo suponer que seguían forzando el desempate.
En ese momento ("el momento en que por fin llegaste") recordé la frase de una gran libre pensadora de genes transilvánicos, nacida y reformada en distintas clínicas europeas, que hace nada dijo: "el teatro es como la droga; si lo dejas un momento, te falta el aliento". Además de inconmensurable y en cierto modo cierta, (por el lado de las drogas, se entiende) me pareció una frase de lo más oportuna.... Por dos cosas:
Primero, pude saludarte ensayando una fingida y graciosa resignación. Y segundo, al recordar las místicas palabras de la Pataky y asociarlas con los argumentos de la morena, te propuse un ocurrente cambio de planes:
-Hace un rato dos chicas me soplaron que no malgastásemos la pasta porque la obra es uno de esos tostones infumables….
Y sin tomar aliento, -como no podía ser de otro modo- agregué:
-Antes de irnos de aquí, ¿nos hacemos un porro?




( Claudio Olivos - Mayo 31 de 2008 - Paseo Imperial, Madrid )


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