domingo, 1 de junio de 2008



"Regalón en tinto"



Eran tiempos duros. Qué duda cabe: tripas crujiendo, hacinación, miseria. Nuestra niñez transcurría por una ruta pedregosa, poco amigable. Encima, la posibilidad de hacer todo cuanto nuestra avidez de cabros proponía, quedaba restringida a los empachos y caprichos del severo régimen.
Mi madre, mi hermana, mi hermano y yo, tras largo peregrinar —escapando de la furia alcohólica de mi padrastro— llegamos a vivir al campamento
Aurora de Chile en Peñalolén Alto. Nunca mi madre pudo explicarme el por qué allí. Y sobre todo por qué a vivir de allegados.... ¡en un campamento!, ¡en una toma! Era el colmo de los males. Es que llegábamos tarde. Los sitios, delimitados con todo tipo de materiales —ayudados por la protuberante maleza— eran defendidos con dientes y muelas por las familias en toma. La promesa de mi vieja de llegar a un lugar donde pudiéramos vivir tranquilos y sin molestar a nadie, se iba al tacho.

Aquella calurosa tarde de marzo del 80', tras cruzar Peñalolén con nuestros bártulos a bordo de una cacharrienta micro, lo ví por primera vez: Dorso macilento y desnudo; piel blanquecina, —una mancha rosácea bajaba desde el cuello dibujando una medialuna sobre su pecho—; canillas austeras y lampiñas, enfundadas en un bluyín azul con flecos; descalzo; prominente chasquilla entrecana; nariz aguileña, ojos verdes; dentadura escasa.... Y lo ví como lo vería siempre: a punto de empinarse un vaso de vino.
—La única condición es que tienen que ser colocolinos… —dijo a modo de bienvenida.
—El mayor es fanático del Colo Colo.... pregúntele lo que quiera de fútbol no más Don Juan.... Se las sabe todas —respondió apuntándome mi madre cuando se acercaba a saludarlo.
—Lo vamos a probar.... Lo vamos a probar.... —dijo sonriendo y agregó:— Vecina, ¿se sirve una copita?
Una vez armada la mediagua y esquivando la furia solar bajo un improvisado techo plástico vinieron las presentaciones de rigor.
El y familia —su esposa Silvia y sus hijos Bernardo y Mauricio— de inmediato se mostraron muy amables y solidarios. (Situación que perduraría por años, hasta que....)
Obstinado,
Don Juan
, consiguió que del vaso de mi madre yo tomara un sorbo de vino.
—Eso m'ijo.... Ve que está güeno.... Da gusto, que de chicos sepan valorar el tintolio.

Y así despuntó esta historia....

Tenía 8 años cuando llegamos a invadir a Juanito. Y tuve 13 cuando debimos huir de los irrefrenables celos de La Silvia —La India, como la apodó mi madre—. Y debieron pasar otros 13 años, hasta que la fiebre futbolera por La Roja en tierras francesas, me llevó donde viejos amigos en Peñalolén. Antes de volver a casa, la nostalgia hizo desviarme a la ahora llamada Villa Aurora de Chile....
Aquel gélido atardecer de junio no demoré mucho en hallar a La Silvia: una Silvia avejentada, de piel más oscura y curtida, pesadamente apoyada en una enclenque reja de madera. Cara a cara, luego de auscultarme largo rato pero, sin muestras de rencor, comentó:
Chuuucha.... Tremendo hombre, Claudio. Y esa cuerpá'.... ¿De dónde la sacaste?
Conversamos a la intemperie. »Tengo la cagá allá adentro....«, se excusó. Desmontó un sinfin de tragedias: »los mayores en la Peni, por echarse a un viejo… el Carlos —¿te acuerdas que estaba preñada cuando se fueron?— salió manilarga y está en el Sename… y mi concho, el Narci, que tiene diez años, por andar colgándose de los camiones de la basura, quedó inválido pa' siempre....« —narraba resignada.
Estupefacto, mordiéndome las uñas, a tientas, pregunté:
—¿Y Juanito....? ¿Sigue en el vicio? Todavía no llega.... ¿Verdad?—En el vicio siempre.... Por los siglos de los siglos —dijo persignándose.
—No me diga que....
Sonándose repetidas veces y conteniendo el llanto, detalló:
—Pasó en el 95'.... en pleno invierno; murió en la suya no más poh Claudio.
Un sudor repentino e intrépido, se parapetó de pies a cabeza y me hizo temblar.
—Hasta última hora se acordó de ti.... —prosiguió—. Siempre se acordó de su rucio lindo, de su
Regalón....

Un viernes de agosto se confabularon las eternas copas de más, la monótona secuencia de un semáforo y la prisa enfermiza de dos microbuses pugnando por el boleto avaro.... Sus pudientes vasijas, sus sedientos toneles, se vaciaron sobre el pavimento húmedo, y un charco espeso hizo de telón mustio, tétrico, acallando la fluvial sonajera de los huesos hechos trizas.
Erai su patita de conejo. Me acuerdo cuando, borracho, se dormía diciendo que tú erai como el apóstol del vino.... Y eso que no pescaba mucho esas cosas.... Si hasta llegó a decir que tus manitos bendecían las monedas....
—¿Y sufrió mucho?
—Cuando llegué, un cartonero y un paco de tránsito me dijeron que se fue altiro.... Ni tiempo
tuvo de soltar su carro con las herramientas.... Ahí quedaron retorcidas las podadoras, las tijeras....
—¿Dónde está?

—En el Metropolitano.... —respondió. Su semblante adquirió una mueca de dolor y llorosa agregó—: En todo caso fuiste harto ingrato. El en cambio nunca te olvidó. Y no había ni que tocarle la foto del San York.... Esa del equipo de baby que armaste con mis chiquillos.... La colocaba al lado de la cabecera este viejo loco....

Intempestivo, la interrumpí y me largué prometiendo pronta visita. No pude más. El portón de mis retinas ya se venía abajo. El pudor me hizo escapar como un crío.
Y allí, en el borde de la cancha de babyfútbol —la misma que me pilló jugando para el terremoto del 3 de marzo— me puse a llorar como el crío que acababa de arrancar. En cuclillas, mirando de reojo una luna llena, apoteósica, milagrosa.... Y palabra que es cierto: la muy pícara se convirtió en un porta—retrato del guinnes, donde pude ver el rostro siempre sonriente de Don Juan, de ese borrachito eterno dueño de esta historia.
Mecánicas y nítidas surgieron las imágenes, los momentos, los recuerdos de quien, desde su analfabetismo extremo, me enseñó a valorar un brindis, a valorar un sorbo de vino tinto. Plenas brotaron sus muestras de humanidad inconmensurable y ese pedazo de tierra que nos convidó al gratín. »Hasta que San Pedro —su 'patrón'— se acuerde de ustedes« —solía decir para animarnos—. Y p'tas que me dio rabia haber llegado tan tarde. Qué drástica mi distancia. Qué fácil era venir acompañado de una botella de vino y brindar con este dionisiaco señor, prominente parroquiano de la tomatera sin techo, jerarca monopólico del
¡Salúcita mi hermano!
Me importó un carajo la presencia de quienes cruzaban la cancha, oteando, cuchicheando, sorprendidos de ver a este viejote llora que llora.
El raconto se hacía indemne y no era fortuito. Era premeditado; sacado con violencia del sombrío letargo de esta siesta de años y años:
—Contigo cerca nunca me voy a morir....
—No diga leseras y tómese otro vasito.... —le respondía encaramado en mis ocho, nueve, diez años.
—Prométeme mi güeñe que cuando grande armarís tu casa cerquita de nosotros.
—Es que falta tanto pa' eso.... —me apuraba en decirle.

Hasta que me acordé de ESA noche. ¡Qué increíble noche! ¡La noche de los 8 regalones en los corchos!:
—Está mala la cosa.... —me dijo susurrando, entregándome un billete arrugadísimo.
— Los milicos andan bravos.... —continuó—. Y los muy malditos no van a dejar salir ni a la esquina. No le contís a nadie: trae 4 botellas....
—Pero es que.... —intenté opinar.
—Sí, 4 botellas.... Mi ruciecito de la fortuna —me dijo revolviendo mis rebeldes chascas—. Y mira, —agregó— dile a Don Chago que te las abra allá mismo. Tengo un presentimiento re' bonito....

En principio, Don Chago se rehusó a venderme 4 botellas. Ante mi insistencia cedió:
—Quiero esa.... esa.... esta.... y esa otra.... —elegí presto.
Pero se negó a descorcharlas:
—Es que me vai a dejar sin estoke de vino po'h cauro.... Llevátelah así no mah.... Por lo menoh que te cueste un poco y si te sale algo —que con la cue'a que te gastai seguro te sale algún Regalón— lo cambiai mañana.... Mmmhhh. Güeno, ya, mocoso 'e mole'era, pasa pa'cá —aceptó resignado, al ver que no me apartaba del mostrador.
Durante la ceremonia de descorche, el rostro del botillero se convirtió en una máscara inmóvil que exclamaba decayendo en volumen, hasta hacerse casi inaudible:
Me cagaste, me cagas...., me cag...., me c....—Quiero esa.... esa.... esta.... y esa otra.... —volví a elegir, soportando los improperios de Don Chago….

El abrazo que al volver a la casa me dieron Juanito, La Silvia y los chiquillos fue emotivo, prolongado y, cual si fuéramos futbolistas celebrando en pirámide algún gol trascendente, nos quedamos largo rato apatotados.... La imponencia de las 8 botellas sobre la mesa, plagiaba el fulgor del más alto y brillante de los trofeos. Y los otro 4 corchos premiados —cuales medallas del Olimpo— los hacía pellizcarse de la incredulidad....

—Pero nunca tomís como yo.... —me aconsejaba esa noche—. Hay veces que mi vida es re' triste.... Por eso tomo y tomo.... pa' olvidar.... Pero tú, tú mi güeñe.... Con lo despierto, con lo güeno pa' la pelota, con lo encacha'o y como buen colocolino que erís —vaticinaba—vai a ser recontra feliz....
Esa noche, un fondo de bombas, de cacerolazos, de furia de metrallas, me durmió feliz, ebrio de halagos, hurras y uno que otro brindis precoz....
A veces se ponía triste Juanito. Muy triste. Y la única forma de sacarlo del foso era llevándolo a ver al Colo Colo de sus amores al Santa Laura o al Nacional o escuchando los partidos por radio o reuniendo a su familia y la mía, apretujados en su casa, devorando el pan amasado de La Silvia y su ensalada a la chilena con ají verde, en onces bien regadas con tinto del bueno. Esos eran motivos para que se aliviara. Pequeños pero grandes motivos que reubicaban en su rostro de hombre esencialmente bueno, esa sonrisa ancha, enjundiosa, se me ocurre —sin creer mucho o ignorante de esas cosas— hasta apostólica.
—Algún dia conquistarís mujeres bonitas, inteligentes, invitándolas a una botella de vino a algún restorán elegante y con velas; llevarís a tus amigos a tomar a la casa y se sentirán amigos de verdad —discurseaba emocionado, rodeando mi cuello con su brazo izquierdo (con el derecho siempre rodeaba y protegía la botella)—; invitarís a borrachos en apuros a una cañita pa' matar la sed, el hambre o el frío.... —proseguía, con sus ojos verdeagua a punto de transformarse en una acuosa e invaluable esmeralda—. Seguro que seguirís haciendo milagros con este líquido bendito del que me cuesta tanto pero re' tanto despegarme.... Es que el vaso a medio llenar era su pasaporte para entrar y salir de esa realidad de prohibiciones, de toques de queda; esa realidad de balas locas incrustándose en la inocencia; esa realidad de apagones, de fogatas, de represión artera. El rojizo licor bajando por su garganta ahuyentaba al bolsillo acechante, a la despensa famélica, entumida....
—Y tomarís en copas con las mujeres que caerán a tus pies como cuando me saco la cresta de puro cura'o.... —me aleccionaba—. Y lo harís en vasos cañeros con los amigos.... —sugería cabalístico y categórico—. Así, te juro que no se van a ir nunca. Y nunca, pero re' nunca —remataba emocionado— negarís un sorbo a un viejo sediento ni le despreciarís un brindis a un hombre que se sienta solo.... ¿Estamos?
Cuántas lecciones. Cuánta sabiduría de vida. Cuántas frases se fueron desperdigando por mis días de infancia y se proyectaron sobre el asfalto de este Santiago que me cobijó en sus cuatro patas cardinales, en su lomo, en su culo, en sus piernas y ahora último, en su ruidoso y contaminado ombligo....
Recién un par de horas después me voy a casa.... En la micro voy planeando un viaje para mañana.... Pretendo ir a saldar cuentas....



Desde el epicentro de la ciudad, desde el corazón de este racimo que acabo de recoger, desde la dulzura agria de un tonel cadavérico, me dirijo hacia el Cementerio Metropolitano —algunos viñedos ubicados por ahí cerca le ofrecen un hálito de paraíso a su olfato muerto— y llevo a cuestas un caudal de deudas: me siento ladrón de su historia y lo que es peor, arrepentido de no seguir al pie de la letra sus predicciones: me he emborrachado con mujeres elegantes en bares de mala muerte; he llevado a amigos a casa y hemos brindado en finas copas —esos amigos, esos supuestos amigos sepa el Sol dónde están—; he sido invitado por borrachitos —vestidos de lo que mi madre describe como ángeles de la guarda— a tomar vino en las plazas y les he hecho verónicas por temor a la tristeza. A simple vista he sido un mal alumno.... Por si todo eso fuera poco, he querido construir mi casa lejísimos del Peñalolén añorable y se ha desmoronado con la prisa de los aludes....¡Cuánta deuda Don Juan Fuentes! Y llevo atravesada la peor, la más sádica de todas:
—Hace años.... hace un par de años, estando ya grandecito...., p'tas cómo se lo digo Juanito....
Una vez más en cuclillas, esta vez en el camposanto, frente a su árido y abandonado rectángulo de tierra —como buen jardinero que fue, merecía un techo verde y florido— me animo de una vez por todas y le digo: Juanito.... perdóneme usted, pero.... ¡Hace años ya no soy colocolino!

Y bueno, después de todo ¡qué importa! Pensándolo bien, tal vez él me entienda.... Sepan ustedes: Don Juan Fuentes Retamal además de valorar el vino, me enseñó a no hacer trampas, a valorar la justicia....
Y no estoy ebrio mientras escribo. Apenas estoy algo sobrio....


Fin

( Claudio Olivos - verano de 2003 - Santiago de Chile )

Notas: relato publicado en Historias de Patos Buenos. 3er Libro. Santiago de Chile, Ministerio Secretaría General de Gobierno, 2003.
La fotografía añadida corresponde a la portada de dicho libro.

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